viernes, 6 de octubre de 2023

¿Adaptarse o morir... digitalmente? (3A)

Un planeta que se hace mayor

A estas alturas de nuestro siglo estamos viendo cómo el envejecimiento del planeta es uno de los factores que está alterando tanto la estructura de nuestras sociedades como la de nuestras economías. Organismos internacionales, como la Organización Mundial de la Salud (OMS), apuntan desde hace tiempo que ello se debe – por lo menos en la parte más afortunada del mundo – al descenso de los nacimientos y al aumento de la esperanza de vida. Así, los expertos señalan que mientras los habitantes del mundo envejecen, la tasa de natalidad está lejos de poder garantizar la renovación poblacional.

Es también el caso de España, donde la diferencia entre el número de nacimientos y de fallecimientos empezó a ser negativa en 2015. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE) la tendencia va a continuar a la baja, debido a que las parejas jóvenes españolas casi no tienen descendencia por diferentes motivos que van más allá de una simple elección personal. Sin embargo, aunque las acciones institucionales van dirigidas a construir una sociedad para todas las edades, algo falla en el día a día. 

Tecnología y tercera edad

Las nuevas tecnologías avanzan casi a la misma velocidad que la edad de la población mundial. Los entornos digitales en los que se mueven con tanta naturalidad los más jóvenes, representan a menudo una pesadilla que confunde y desarma a la gente mayor que se siente incapaz de afrontar con serenidad sus quehaceres diarios.

Si por un lado nuestros mayores están disfrutando de un estado de bienestar sin precedentes en la historia, por el otro se encuentran con el difícil reto de tener que gestionar el progreso tecnológico para el que carecen de competencias, generando en ocasiones dependencias de las que podrían prescindir.

En juego el bienestar de los mayores 

Las dificultades con las que tropiezan los migrantes digitales adultos a la hora de incorporar en su vivir cotidiano las nuevas tecnologías hace todavía más patente la brecha digital y no les aporta calidad de vida, además de jugar en contra a la hora de configurar las bases deseadas para una sostenibilidad social.

Superar los obstáculos que representa la imposición de la modernidad tecnológica, no es una empresa fácil y crea dependencia de otros para desenvolverse en tareas tan habituales como obtener una receta médica o realizar una operación bancaria. Entre otros, estos fueron algunos de los motivos desencadenantes de la campaña de recogida de firmas lanzada por Carlos San Juan.

«Soy mayor, no idiota»

Con estas palabras, de tono fuerte y decidido, arrancaba la petición de este médico jubilado quien añadía «Tengo casi 80 años y me entristece mucho ver que los bancos se han olvidado de las personas mayores como yo. Ahora casi todo es por internet... y no todos nos entendemos con las máquinas. No nos merecemos esta exclusión». Carlos San Juan, se hizo portavoz el pasado febrero de la necesidad de una atención personalizada – y llevada a cabo con personas de carne y hueso – en las sucursales bancarias españolas.

La indignación que había suscitado en el promotor de la campaña por la falta de un «trato humano» para con la gente mayor se extendió a millares de personas que se sintieron identificadas con una situación de exclusión que no es única. De hecho, la intensificación de la digitalización en la gran mayoría de ámbitos de la vida cotidiana no está teniendo en cuenta a "los abuelos del planeta", lo que supone un grave descuido y pone en tela de juicio las acciones dirigidas a construir una sociedad para todas las edades.