lunes, 27 de enero de 2020

“Un sueño muy extraño” (3A)


A las siete de la tarde mis padres se volvieron a Madrid. Antes de irse me repitieron varias veces que me portase bien, que no diese ningún disgusto a mis abuelos. Mamá me dio los últimos consejos mientras se acomodaba en el coche y se abrochaba el cinturón de seguridad.
—Ten cuidado con las bebidas frías, ya sabes que luego tienes problemas con la garganta. No estés mucho tiempo al sol y no te pases las horas en el agua. Come de todo y no te acuestes muy tarde.
Mientras ella hablaba, papá arrancó el coche, metió la marcha atrás e hizo una maniobra para dar la vuelta. Giró a la izquierda y aceleró. Los vi bajar y desaparecer al entrar en la primera curva. Antes, papá tocó la bocina, y mamá miró hacia atrás por última vez, al mismo tiempo que nos decía adiós con la mano. Desde la puerta de la casa, nosotros correspondimos a su despedida.
Ya estaba solo con mis abuelos. Como todos los años. Ellos lo único que deseaban era que me divirtiera, que lo pasase lo mejor posible, que no me pusiese enfermo, que cuando vinieran mis padres me encontrasen bien.
Ahora, que era un poco mayor, confiaban más en mí y conocían mejor a mis amigos. El lunes por la mañana, después de desayunar, cogí la bicicleta y fui a buscar a Martín. Era mi mejor amigo. Al acercarme a su casa toqué el timbre de la «bici». No tuve tiempo de llegar hasta su puerta. Unos metros antes lo vi salir a la calle y correr hasta encontrarse conmigo. Nos saludamos y le pregunté por Manolo y José Luis.
—Seguramente estarán en la cama. Llegamos anoche bastante tarde.
—¿Dónde habéis estado?
—En Asturias.
—¿Y qué tal lo habéis pasado?
—Estupendamente. ¿Y tú, cuándo llegaste? —me preguntó.
—El sábado. Estaré en el pueblo todo el verano.
Una hora más tarde nos encontrábamos con Manolo al lado del río. José Luis no pudo venir. En la parte en que estábamos, debía de haber muchas truchas, pero nosotros no veíamos ninguna.
—Hay que tener paciencia —dijo Martín.
—Si no hay peces, por mucha paciencia que tengamos, no los podremos pescar —replicó Manolo—. ¿Por qué no nos metemos en el agua? A lo mejor más adentro sí que se ven.
—No se trata de verlos, sino de pescarlos —dije mirando a Manolo.
—Lo que tenemos que hacer es callarnos. Con tanto hablar los vamos a espantar —advirtió disgustado Martín.
—Los peces no oyen —bromeó Manolo—. Están sordos. Los peces sólo ven.
—Yo creo que oyen y ven —manifestó Martín.
—Pues los de este río han huido nada más vernos —comenté mirando a Martín.
—Yo he estado aquí otras veces y he visto peces por todas partes —aseguró Manolo—.
Luego añadió: —He estado, pero sin caña.
—¿Quieres decir que se van si ven las cañas? —le pregunté.
—Yo creo que sí —respondió Manolo—. Podemos hacer una cosa: coger las cañas y dejarlas en el suelo. Veremos si vuelven otra vez.
—¡No digas tonterías, Manolo! —exclamó Martín.
—No son tonterías. ¿Qué te apuestas? —lo desafió Manolo.
—Si fuese verdad, nadie fabricaría cañas de pescar —les dije.
—Eso no tiene nada que ver —me respondió Manolo.
—Sí que tiene que ver —le aseguré casi enfadado.
—Los hombres antiguos no usaban cañas, sino lanzas. Se quedaban quietos en el agua y cuando veían un pez se la clavaban. Así pescaban —explicó Martín.
—Los peces de ahora han aprendido mucho, hay que pescarlos con redes —añadió Manolo. Luego se echó a reír.
—Antiguamente también usaban redes —le interrumpió Martín—. Nos estás tomando el pelo —añadió después de oír cómo Manolo se reía con ganas.
En aquel momento mi caña empezó a doblarse por el extremo. Noté un ligero peso y se lo dije inmediatamente a ellos. Manolo, que no tenía caña, se acercó a mi lado. Me ayudó a sujetarla mientras Martín me decía lo que tenía que hacer.
Después de quitarme las zapatillas, me metí en el río con Manolo. Los dos juntos dimos unos pasos hasta que el agua nos cubrió las rodillas. Él me sujetó la caña y yo, al ver el pez en el anzuelo, me acerqué a cogerlo con la mano. Resbalé y me caí. Sólo me mojé un poco la camisa y los brazos.
—¿Qué clase de pez es? —preguntó Martín.
—Ahora te lo enseño —respondí.
El pez se movía con ganas de volver al agua. Y eso fue lo que ocurrió. Al intentar quitarle el anzuelo, el pez se resbaló de la mano y se deslizó entre mis dedos. Cayó al agua y rápidamente lo perdimos de vista.
Fuente: http://cvc.cervantes.es/aula/lecturas/intermedio/lectura_05/texto/

Preguntas:
      A)   Comprensión del texto
            1.     ¿Quién cuenta la historieta? O sea, ¿Quién es el narrador?
            a)     El protagonista mismo
            b)     Manolo
            c)     Martín
2.Los padres los dejan a casa de los abuelos:
            a)     Para marcharse de Madrid
            b)     Para irse a Madrid
            c)     Para mudarse a Madrid
3. La madre del niño le dice que tenga cuidado con las bebidas frías porque le provocan:
a) dolor de estomago
b) dolor de cabeza
c) resfriado por la garganta
4. Los chicos se van a:
a) cazar
b) pescar
c) un parque