La leyenda de La Llorona ha superado las barreras del espacio y el tiempo hasta llegar a ser parte de la cultura del pueblo mexicano.
“Una mujer, envuelta en un flotante vestido blanco y con el rostro cubierto con velo cruzaba con lentitud por varias calles y plazas de la ciudad iluminada por la luna. Levantaba los brazos con angustia y lanzaba un grito desesperado. Ese tristísimo ¡ay! se levantaba en el silencio de la noche, y luego desaparecía entre ecos lejanos y, al final, terminaba con el grito más doliente en la Plaza Mayor. Allí se arrodillaba esa mujer misteriosa. Se inclinaba como besando el suelo y lloraba con un grito largo y penetrante. Después se iba ya en silencio, lentamente, hasta que llegaba al lago, y en sus orillas se perdía. Se deshacía en el aire como la niebla, o se sumergía en las aguas”.
La leyenda de La Llorona tiene diversos elementos simbólicos: la mujer, la maternidad atormentada, la noche, el agua, lo blanco, la voz y el silencio, la muerte de los hijos, la Plaza y la luna, entre otros.
Se cree que su origen proviene de los mitos prehispánicos, de hecho en La Llorona se funden varias representaciones de diosas madres como Tonantzin (“nuestra madre” en lengua Náhuatl), la que se adora en el cerro del Tepeyac y que después se identificará con la Virgen de Guadalupe.
Durante la Colonia, la leyenda de La Llorona sufrió transformaciones. No podía hablarse de una diosa o diosas prehispánicas, pues sería blasfemia y herejía, sin embargo, su esencia indígena no pudo romperse del todo. Se mantuvieron intactos distintos elementos: la noche, la mujer vestida de blanco con el cabello largo y negro, el grito desgarrador de ¡Aaaay mis hijos!, y la presencia de agua, ríos o lagos.
Existe un gran número de versiones sobre su presencia y lo que la obliga a lanzar lamentos por la noche. La Llorona es, antes que nada, madre, pero es una madre atormentada por el insufrible dolor de haber perdido o asesinado a sus hijos.
A veces se identifica con la Malinche, la concubina indígena de Hernán Cortés que llora arrepentida su traición a su pueblo indígena. Parecería que es un símbolo roto, que la antigua diosa sabía el destino de sus descendientes y nada puede hacer para evitarlo, con lo cual destruye todo lo que una figura materna debe ser: fuerza protectora y benigna.
Otra de las teorías sobre el origen de La Llorona cuenta que una mujer indígena se enamora de un español con el que tiene tres hijos, pero él nunca le propone matrimonio y la abandona para casarse con una española. La pobre mujer al enterarse de la traición, presa del dolor ahoga a sus hijos en el río. Luego, al darse cuenta de lo que había hecho, se suicida. Desde entonces, su fantasma vaga por las riveras de los ríos diciendo “¡Ay, mis hijos!”.
Dependiendo de la zona, La Llorona ya no solo clama de angustia, es una mezcla de divinidades prehispánicas y espectros de la tradición judeocristiana: es la mujer atrayente que llama a los hombres en la noche, los seduce, los pierde o los lleva a la locura. Puede mostrar su rostro en forma de calavera o ser una mujer bellísima sin ojos.
Y ya por último, la presencia del mito en la canción de La Llorona, un famoso son istmeño mexicano sin autor específico. Muchos cantantes han creado o copiado versos que convierten a esta canción en una historia de amor y dolor. Quedan elementos de la leyenda original: el dolor, el llanto, la muerte y la presencia de una mujer fantasmagórica.